Vives aún en ese arrabal, tal vez en el beso encendido a una rubia en un zaguán. El fuelle de un bandoneón acompaña tu triste y dulce mirada. El aroma a café y cigarrillo se funden en la penumbra del bar. Vives aún en la calle de adoquines, eran los años 30 o 40, ya no recuerdo. El aire mueve con parsimonia la cortina traslúcida de la pieza descascarada, alguien silba "alma en pena" mientras se afeita, el día promete lo que nunca llegará. Tu traje de humilde provinciano te espera para salir a atrapar sueños en el Buenos Aires que embriaga pero que no sabe perdonar la pobreza. Días de mate amargo y facturas que sobraban en la confitería, único trabajo, único sustento para un joven que soñaba con progresar. El tango te atrapó en sus compases, fuiste su hijo, él tu compañía. Hoy lo escucho y que emoción recordarte, mi padre, mi ser, mi vida.
Para nacer de nuevo debo desterrar el odio de mí. Él es como una temible enfermedad, se adueña de a poco de mis sentidos, se instala en mi torrente sanguíneo arrasando todo sentimiento y luego llega a mi corazón para habitar allí como amo y señor. Renacer será intentar ser otra persona más humana, más sensible, arriesgando siempre mi piel.
Ese maldito odio andará a mi alrededor, ya lo sé. Querrá ser otra vez sal en mis ojos, asesino de mis sueños. No, ya no quiero beber su veneno, su sabor es amargo y deja huellas de azufre en mis pies.
Por eso hoy reverdezco desde el perdón, así se sanaron mis heridas pestilentes, con el aroma a menta y manzanilla. El primer rayo de la aurora me besó, me bañó, me trajo otra oportunidad. Así murió el odio y vive en mí el amor.